Para toda la vida

Hoy en día es alarmante la cantidad de matrimonios que se divorcian y lamentablemente muchos de ellos cristianos. Hay una opinión casi generalizada de que es imposible, “aburrido”, amar y vivir toda la vida con la misma persona.
Los que tienen hijos saben que el amor que se les profesa no termina, se los ama desde el día que nacen y durante toda la vida; de la misma manera los hijos aman a sus padres y ese amor no cambia. A su vez, en algo tan trivial como ser “hincha” de algún equipo de futbol, esa pasión dura toda la vida.
Estos “amores” que he nombrado, no han sido elegidos por nosotros; no elegimos a nuestros padres, ni a nuestros hijos; ni siquiera, en la mayoría de las veces, elegimos el club de futbol. No los elegimos y sin embargo somos capaces de amarlos toda la vida.
En el matrimonio elegimos libremente a quien amar, y paradójicamente, habiendo sido elección nuestra, nos declaramos –muchas veces- incapaces de hacerlo para toda la vida. ¿Por qué? Porque el matrimonio cristiano que dura toda la vida, es aquel que vive “con Cristo” cimentadas sus vidas en la Palabra de Dios. A partir de ahí es absolutamente posible amarse para toda la vida; amarse en un amor pleno, apasionado, feliz, gozoso; no exento de problemas y “altibajos” pero aún así “para toda la vida”.

La Palabra de Dios dice: Pues bien, lo que Dios unió no lo separe el hombre. (ver Mateo 19:5-6)

“Para toda la vida” es posible porque el Sacramento del matrimonio provee de una gracia que perfecciona el amor de los cónyuges, y fortalecer su unidad indisoluble. Cristo es la fuente de esa Gracia. Él Permanece con nosotros dándonos la fuerza para levantarnos después de las caídas, de perdonarnos mutuamente, y de amarnos con un amor sobrenatural, delicado y fecundo. (Ver CIC 1642)
Al unirnos en matrimonio hicimos un pacto libremente y para toda la vida:
“Te acepto a ti como mi esposo/a, y prometo serte fiel en lo próspero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad, y amarte y respetarte todos los días de mi vida.”
La vida matrimonial vivida en y con Cristo, no solo no es “aburrida”, sino que se transforma en un camino maravilloso, lleno de alegrías, aventura, y felicidad. Baste con mirar por todas las etapas que pasa un matrimonio para darse cuenta de lo variada y maravillosa que es esa vida:  dos personas se casan, etapa del amor juvenil, llena de ilusiones anhelos; más tarde llegan los hijos y colman nuestra vida de felicidad: primero bebes, etapa de dulzura y ternura; luego acompañarlos en el crecimiento; el comienzo del colegio, que nos hace “volver” a nosotros mismos a la escuela y otra vez aprendemos junto a ellos  a leer, sumar, restar; siguen creciendo llega el noviazgo, y los padres acompañando, consolando compartiendo, siendo ejemplo y sostén para nuestros hijos. Aún más tarde llegarán, si Dios quiere, los nietos y nosotros, revivimos toda la dicha que tuvimos con nuestros hijos, desde otro lugar, disfrutando y no criando, y después de muchos años volvemos a comprar baberos y juguetes.
Llegada esta etapa estamos otra vez “solos”, y viviendo un matrimonio verdaderamente cristiano no hay “síndrome del nido vacío” ni tristezas porque los hijos se van, todo lo contrario, hay alegría porque emprenden su propio camino y nosotros iniciamos otra etapa, con más tiempo para nosotros y llenos de proyectos, aún en lo que se llama “la tercera edad”, eso sí… siempre juntos.
Amarnos y respetarnos todos los días de nuestra vida es posible!!!!
¡Amén!

by Mónica Vigni
El amor es comprensivo, paciente, servicial
El amor es comprensivo, paciente, servicial

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